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La muerte de un símbolo

En un momento crítico en que Europa se tambalea y en que voces como la suya (y su lucidez) nos eran más necesaria que nunca, él nos deja. Vaclav Havel ha muerto hoy después de una larga enfermedad. Nos quedará siempre su ejemplo y su valentía. Nos quedará su coraje, su inteligencia, su pasión y visión. Europa le debe mucho a este hombre que creyó en la libertad y que le devolvió la dignidad a su pueblo. Descanse en paz.

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El cambio del cambio y por el mero hecho de cambiar

Mi abuela, mi gran abuela, decía que no había que tener miedo a los cambios porque a veces nos estamos perdiendo sorpresas agradables por el mero hecho de aferrarnos a un presente demasiado cómodo, aunque casi siempre demasiado aburrido.  Quizás por ello siempre he sido inquieta, a veces incluso reconozco que impulsiva, y siempre he mirado con admiración a aquellas personas que tienen la valentía de dar un paso adelante, liberarse de ciertas cadenas y luchar por conseguir sus sueños. Sé el vértigo que produce estar enfrente de un abismo, pero también conozco bien la sensación de libertad que produce dar el salto y llegar con los pies firmes a un nuevo destino.

Ahora bien, el cambio por el cambio no sirve de nada si no se llega a un nuevo puerto. Aquí es donde hay que tener la cabeza fría. Porque lo importante es marcar un nuevo rumbo pero tener claro a dónde se quiere llegar.

Por ello, creo que a pesar de la sensación de cierta euforia que hoy presenta el PSC (perdón, el nuevo PSC), y aunque reconozco que el Congreso de este fin de semana ha intentado marcar un punto y aparte en ciertas cuestiones, la verdad es que no adivino, ni me han dejado claro, cuál es la meta ni cual es el rumbo.

Y es que los retos que este partido tiene por delante son enormes. Tan sólo hay que comprobar el tremendo varapalo que sufrió en las autonómicas, luego las municipales y por último las generales para darse cuenta de que más que perder cierto “norte ideológico”, lo que se constata es un auténtico divorcio entre la ciudadanía y el partido. Se le puede achacar a Montilla y sus acólitos, se le puede achacar a la crisis e incluso a Zapatero, pero quizás sea más certero apuntar a que el PSC presenta unas estructuras excesivamente enrevesadas, jerárquicas y obsoletas donde es imposible desviarse un ápice de la ortodoxia doctrinal y en donde plantearse cualquier alternativa es incluso visto como un sacrilegio.

Es imposible hacer autocrítica (hacerla de verdad, me refiero, no emplear ciertas figuras retóricas para acallar a alguna voz discordante) cuando el marco de referencia es tan endogámico y tan poco permeable a escuchar a los de afuera. Y digo esto a sabiendas de que hay personas dentro del partido que quieren de verdad un cambio, han luchado por ello, y sé que sus intenciones y sus esfuerzos han sido siempre con ánimo constructivo. Como también sé que son los que menos y que casi nunca se les escucha, por no decir que se les relega -a veces con poco disimulo.

EL PSC ha cambiado de cara pero no de estilo. Pere Navarro se ha presentado como la cara de la renovación, y es cierto que demuestra un talante positivo mucho más conciliador y aperturista, pero la brisa fresca no puede contra las tempestades y lo que ha habido instalado durante demasiado tiempo en la sede de Nicaragua es un auténtico vendaval de personalidades infladas y egos descomunales. Durante demasiado tiempo se ha instalado la ortodoxia enfrente del debate y la demagogia facilona enfrente de propuestas coherentes.  Y la ciudadanía -a la que casi siempre se nos trata como borregos aunque demostremos más inteligencia y responsabilidad que algunos encumbrados- se dieron cuenta de que no querían que ciertas personas de poca talla dirigiesen sus vidas, mucho menos las de sus hijos.

Responsabilidad, valores, programas, propuestas, ideas. Personas serias y bien preparadas. Si quieren de verdad que nos creamos que han iniciado una nueva etapa, empiecen por ahí.

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The Iron Lady

Me encantó “Malcolm X”. Me encantó “Nixon” y “JFK”, y también “El último rey de Escocia” y, por supuesto, “Frost vs. Nixon”. Soy además una auténtica adicta al “Ala Oeste de la Casa Blanca”, disfruté con “Into the Storm”, la serie que narra la vida de Winston Churchill; y hace unos días un compañero de trabajo (moltíssimes gràcies, Roger) me descubrió la brillante “House of Cards”, una serie británica de principios de los noventa sobre las tretas, escaramuzas y vilezas maquiavélicas varias (asesinatos incluidos) de un ambicioso y retorcido político conservador que se hace con el poder de su partido (un sensacional Ian Richardson interpreta al personaje).

Deducirán que ver películas y series políticas es una de mis aficiones favoritas, con lo que estoy de enhorabuena. La gran pantalla me regalará en los próximos meses una serie de joyas con las que seguir deleitándome. La que más ilusión me hace: The Iron Lady. 

Ha recibido siempre críticas, cuando no directamente insultos. Sus oponentes la detestaban, sus adversarios la odiaban y entre los suyos tampoco se podía decir que despertara efusivas simpatías. Y es que Margaret Thatcher era dura e implacable, testaruda y contundente, ambiciosa y desconfiada. Pero algunas de sus iniciativas, mal que nos pesen, consiguieron sacar al país adelante en unos momentos críticos que llegaron a rozar el desastre.

A principios de enero se estrena “The Iron Lady”, donde la siempre impecable Meryl Streep se pone en la piel de la ex Primer Ministra con tal destreza y maestría que su interpretación huele claramente a Óscar. Si tienen la oportunidad, vean la película en versión original. Streep hace un trabajo sensacional con la voz de la ex-Primer Minister. Y es que Margaret Thatcher tuvo que tomar clases para rebajar el tono de voz y para conseguir hablar más despacio. El National Theatre fue quien guió los entrenamientos de voz de Thatcher para que adoptase una mayor claridad en sus discursos y conseguir un tono de estadista. 

Por no decir que en la película se refleja muy fielmente el cambio de imagen que experimentó la líder conservadora en su viaje hacia Downing Street. Es decir, todos sus esfuerzos para mejorar su expresividad facial y corporal.

A principios de enero tendremos a «The Iron Lady» en nuestras pantallas. No os la perdais.

 

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No está nada decidido

Lo anunció ayer. Y no, no lo hizo con la flamante puesta a punto con que anunció hace unos meses y rodeado de miles de fieles que creaba un nuevo partido, la República Solidaria. Dominique de Villepin, ex Primer Ministro de Francia y enemigo acérrimo de Nicolas Sarkozy (con el cual compartió, no olvidemos, filas de un mismo partido, el UMP), anunció ayer por un canal de televisión que sí, se presentaba a las presidenciales de su país del año que viene.

No es que tenga unas encuestas excesivamente a favor (de hecho, los sondeos más optimistas le confieren tan sólo el 2% de la intención de voto), ni tampoco cuenta ya con demasiados seguidores, ni siquiera se puede decir que pueda confiar en un equipo leal de asesores (a la mayoría los ha ido perdiendo por el camino). Por todo ello, de Villepin no parece tener la más mínima posibilidad de victoria. Pero recordemos que en democracia no está nada decidido hasta que las urnas hablen y, además, el flamante ex Primer Ministro cuenta con activos sin duda atractivos. El más destacado, sin duda, es que se presenta, no como un hombre de partido, sino como un estadista que está por encima de las divisiones partidistas, que quiere poner el interés por encima de batallas ideológicas estériles. Se ha presentado como un seguidor de De Gaulle y como un hombre pragmático y de centro, con propuestas que destilan sentido común y apelan a acordarse de la «grandeur» del país galo. Y ahí, precisamente, es donde puede hacer más daño. De momento, en las encuestas el socialista François Hollande va por delante del actual Presidente Nicolás Sarkozy, pero una posible pujanza de «Republique Solidaire» puede arañarles a ambos un nutrido grupo de votos. De ahí que responsables de ambos partidos hayan salido pronto a palestra para intentar rebajar al máximo las expectativas de de Villepin. El propio Hollande ha reconocido perplejo que «de Villepin ha sorprendido a los suyos», en una clara alusión a que de Villepin sigue siendo un conservador, aunque vestido ahora de centrista. Por su parte, la directora de campaña de la UMP se ha despachado a gusto con que «de Villepin, ni tiene seguidores, ni tiene recursos, ni tiene proyecto político», en un intento poco cortés sin duda por descalificar a su rival como una simple bocanada de aire fresco que se despejará en pocas semanas.

Sea como fuere y pase finalmente lo que pase, no hay duda de que de Villepin sigue siendo un maestro de las palabras y que sus discursos no dejan indiferentes a nadie. Todavía recuerdo su apasionada, elocuente y certera intervención en el Consejo de Seguridad de la ONU cuando se opuso vehementemente a la invasión de Irak. Como recuerdo también su oratoria grandilocuente y su emoción desbordada en el momento en que anunció en medio de frases elegantes que formaba su propia fuerza política. En la entrevista de ayer tan sólo anunció unas simples frases como justificación a su decisión de presentarse,  pero lo escueto no restó un ápice de contundencia. Lanzó guiños tanto a votantes de derechas y de izquierdas, recordando que más que barreras ideológicas, ahora hay que apelar al patriotismo y la acción común. Recordó que Francia no podía ser humillada por las leyes de los mercados, se alejó contra medidas espartanas de austeridad, recordó la dimensión social de la crisis y se postuló como un político («no profesional», dijo, lo cual no resultó excesivamente convincente) que podía tratar las política social con el mismo rigor y responsabilidad que la política económica. «Quiero decir que es el momento de que estemos todos unidos»,

Desde luego, este hombre nos va a proveer de más que suculentos análisis.

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Auf Wiedersehen Europa?

El jueves comenzó en Bruselas la cumbre que, según algunos analistas, tenía por objetivo “dar una última oportunidad a Europa”. Y es que, últimamente en cuanto a presagios aciagos se refiere, no parecemos escatimar titulares grandilocuentes, a cada cual más apocalíptico. Ahora bien, a nadie parece ya entrarle el miedo frente a tales tremendas aseveraciones. Al fin y al cabo, ya llevamos tantas reuniones que trataban de “evitar el desastre”, “detener la tragedia” o “poner fin a la hecatombe”, que ya todos parecemos estar esperando el inexorable y predecible desenlace y nos preparamos con resignación a que alguien certifique de una vez por todas la defunción de una idea, como es Europa, que nació como una utopía y que durante tantos años hemos defendido con una vehemencia absoluta. Ahora bien, la vehemencia necesita de clarividencia para no tornarse en locura y aquí es donde ha estado precisamente el meollo de la catástrofe: que no hemos sabido vislumbrar un horizonte, ni trazar la ruta de salida de la crisis. Todo lo más algunos líderes han estado circunvalando entorno al ojo del huracán emitiendo pequeños soplidos en un intento torpe, insulso y por supuesto inútil de poner fin al vendaval.

Por todo ello me pregunto (sin acritud alguna y simplemente con ganas de ampliar el debate, que creo que últimamente estamos cortos de miras), ¿habrá alguien que tenga las agallas de dar un paso adelante y defender que puede que Europa necesite de veras una última oportunidad pero que este último aliento desesperado no debiera, en cualquier caso, adoptar la forma que se ha cavilado en Bruselas? Y no, no me estoy refiriendo a David Cameron, al cual le adjudico un error de cálculo garrafal. Y es que esto de sucumbir a los euroescépticos que gobiernan la “City” le acabará saliendo caro. Uno de los pocos que ha tenido las agallas  de decir las cosas por su nombre ha sido el Ministro de Economía sueco. En unas declaraciones a Sky News se despachó con un más que atinado: “dejémonos de tanto tratado y protocolo y aportemos munición”.

Hace un par de días “Le Monde” recogía un magnífico análisis de la cantidad de veces que hemos tenido que escuchar aquello de que “Europa está en las últimas” pero , al mismo tiempo, recoge una brillante reflexión sobre todas las oportunidades perdidas para salvarla realmente. Os dejo el resumen:

  • 11 de marzo: Europa vive ya bajo la amenaza angustiante y constante de los mercados. Una reunión en Bruselas propone, frente a tal situación, y a instancias de Alemania (¿cómo no?) un “pacto de competitividad” en la zona euro para evitar la crisis de la deuda. Su principal aportación: moderación salarial en la función pública.Días más tarde, el 25 de marzo, se acuerda que el “Fondo Europeo de Estabilidad Financiera” (un instrumento creado en mayo del 2010 para ayudar económicamente a los países en dificultad) se incrementará de 250.000 millones de euros, a 440.000, una cifra insuficiente a todas luces. Además, no hay acuerdo sobre cómo este dinero ha de ser prestado a los países ni cómo debe intervenir realmente para evitar movimientos especulativos de los mercados.
  • 25 de junio: se acuerda con urgencia que Grecia recibirá un paquete extraordinario de ayudas. Si ya antes Europa le había prestado 110.000 millones, se propone doblar esta cantidad, siempre y cuando, eso sí, Grecia adopte un plan de ajustes drásticos.
  • 21 de julio: se acuerda que Grecia no devuelva en su totalidad el total del préstamo que Europa le ha hecho. Además, se refuerza el papel del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera: ahora podrá prestar directamente dinero a los países y comprar deuda soberana en el mercado secundario (es decir, no cuando los países emiten los bonos, sino cuando los compradores deciden venderlos).
  • 26 de octubre: Los mercados no dan tregua alguna. Angela Merkel dice que es “ahora o nunca”. Se refiere, por supuesto, a salvar a Europa. O, al menos, a la idea que ella tiene de salvación. Se propone que el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera se incremente hasta llegar a los mil millardos de euros. Para ello, se defiende que países extranjeros, sobre todo los emergentes, aporten recursos. Los denominados países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y África del Sur) aclaran que no tienen la más mínima intención de hacerlo.Al mismo tiempo, Alemania insiste (y consigue) que los Estados adopten antes del 2012 el principio de austeridad presupuestario por el cual nadie pudiese aprobar un presupuesto deficitario.
  • 1 de noviembre: Reunión del G-20. Papandreu propone un referéndum en Grecia para aprobar el plan de recortes exigido por Europa. El primer ministro griego retira días después esta propuesta y presenta su dimisión.
  • 8 de diciembre: Sarkozy y Merkel proponen una reforma en profundidad de los tratados europeos. Se habla incluso de establecer duras sanciones en caso de que algún país no cumpliese el principio de tener déficits presupuestarios inferiores al 3% del PIB.

Ahora acabamos de poner punto y final a una cumbre que, según muchos optimistas, ha salvado (una vez más, cabría decir) a Europa. Ayer se conseguía un acuerdo para fortalecer la Unión Fiscal de los países euro. Un acuerdo que establece la obligación de aprobar presupuestos con déficit cero y que determina que si algún país excede el 3% del déficit tendrá que hacer frente a represalias. También se ha consensuado la creación de un “Mecanismo de Estabilidad Europea” que entrará en vigor en julio del 2012 y que complementará al “Fondo Financiero de Estabilidad” (el cual desaparecerá en el 2013).

Es decir, nos habremos de volver a apretar el cinturón pero lo que realmente podría ayudar a aliviar la presión que sufren algunos estados (es decir, fondos financieros de ayuda que realmente funcionasen) todavía está en ciernes.

Por tanto, la pregunta que ahora toca hacerse es: ¿cuándo será la próxima gran cumbre para salvar a Europa?

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“It’s the economy (again), stupid!” y otras recetas de Bill Clinton para salir de la crisis

Su presidencia fue pasto de frecuentes escándalos, de crisis constantes, de altibajos continuos y más que sorprendentes sobresaltos. Pero más allá de los detalles sórdidos, confidencias escabrosas y “gossiping” de más que dudoso gusto, Bill Clinton fue un estadista de talla y un político de altura.

De acuerdo, su ambicioso plan para la reforma sanitaria fracasó, pero consiguió el mayor superávit presupuestario de la historia (y recordemos que había recibido el peor déficit que se recordaba hasta aquel momento), propició la menor tasa de desempleo en los últimos cuarenta años, el mayor crecimiento en los salarios reales en dos décadas, negoció 300 acuerdos comerciales con otros países (entre ellos, el NAFTA con Canadá y México) y, en general, sus políticas dieron pie a la mayor expansión económica que los Estados Unidos haya disfrutado jamás.

Prodigioso es quedarse corto. Y es que estoy segura de que, si no hubiese sido por el “impeachment” a raíz del affair Lewinsky, Clinton estaría ya en el panteón de los dioses encabezando la lista de los mejores Presidentes de los Estados Unidos. Pero la historia es así: no siempre concede coronas de laurel a los vencedores y otorga con cinismo el papel de villanos a algunos héroes.

Ahora bien, los verdaderos líderes no se amedrentan frente a tales eventualidades, no se resignan a quedarse postrados como meras comparsas a pesar de que su tiempo ha pasado y, por ello, no sucumben a la tentación cobarde de quedarse callados cuando las circunstancias se tornan críticas. Porque es precisamente en los momentos de mayor dificultad cuando les sale el brío y se agudiza su destreza.

Y destreza es, precisamente, lo que le sobra a Bill Clinton.

Esta semana publicaba un libro suculento y necesario: “Back to Work” (algo así como “de nuevo al trabajo”), donde no duda a poner a cada cual en su sitio (Obama incluído) y, lo que es más interesante, propone un listado de ideas para ayudar a sus conciudadanos. Porque, recordémoslo una vez más, el liderazgo (más allá de la imagen, de la oratoria y del sobreexplotado carisma) reside en algo más substancial y, por tanto, poderoso: renegar de los consejos cautos de los allegados, desafiar si se debe hasta a los propios compañeros y nunca dudar de que la política, en esencia, es poner en práctica algo tan denostado hoy como el sentido del deber hacia los demás. Así que Bill Clinton decidió salir de la mullida zona de confort como ex Presidente, arremangarse y pensar qué es lo que él podía hacer por su país. Y dio con ideas que, de ponerse en práctica, ayudarían sin duda a aliviar los estragos más aciagos de esta crisis virulenta que está durando demasiado:

  1. Adelgazar la burocracia y agilizar los procedimientos. En un discurso radiofónico de 1996, Clinton introdujo una frase que pronto se haría famosa: “The big government is over” (el gran gobierno ha finalizado). Dijo: “Tenemos que reinventar el gobierno para que haga más y nos cueste menos”. La acción pública debía de estar presente, no se podía dejar a los ciudadanos a su suerte, pero no se debía confundir Estado de Bienestar con una suerte de Estado Providencial omnipresente y todopoderoso. La responsabilidad individual, privada, se debía reivindicar y había que propiciar un mayor entendimiento entre lo público y lo privado. Al mismo tiempo, la burocracia debía disminuir, los procedimientos se debían agilizar y la acción pública se debía flexibilizar. Ahora Clinton vuelve con fuerza a esta idea y recomienda menguar trámites para realmente llevar políticas a la práctica y no dejarlas empantanadas en procedimientos arcaicos (y, en la mayor parte, absurdos) que pueden obstaculizarlas hasta varios años.
  2. Dar dinero a las start-ups. Idea muy interesante que Clinton recoge: “Si empiezas un negocio mañana, te podría conceder todos los recortes de impuestos del mundo, pero no te servirían de nada porque todavía no habrás ganado un penique”. ¿Por qué no transformar estas deducciones en su equivalente en dinero y dárselo a las empresas que empiezan? Es decir, porqué no otorgamos deducciones a las empresas que ya están en marcha y que deciden contratar a más gente pero subvencionamos a aquellas que empiezan.
  3. De la economía de la información a la economía verde. Apostar por las nuevas tecnologías funciona, por supuesto, pero el mismo ahínco que pusimos en la economía del conocimiento en los noventa los tenemos que poner ahora en desarrollar un nuevo modelo energético sostenible y crear una nueva economía verde. Un dato sorprendente que Clinton aporta: “antes de la crisis financiera, los cuatro países que realmente estaban en vías de cumplir sus compromisos establecidos en Kyoto estaban mucho mejor que Estados Unidos en términos de tasas de empleo, creación de empresas e igualdad social.
  4. Hacer nuestros edificios sostenibles para crear empleo. Si nos comprometiéramos de verdad con el medio ambiente, adaptaríamos nuestros edificios a los criterios de sostenibilidad: ahorraríamos energía, recortaríamos gastos y, encima, podríamos crear un millón de empleos tan sólo en los Estados Unidos.
  5. Formarse de verdad. Los programas de formación de trabajadores o de las personas que buscan empleo deben atender las necesidades reales del mercado y ofrecer, por tanto, conocimiento en áreas que realmente sean provechosas y que aporten de verdad un valor añadido a las personas.

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“Sorry. Oops!”: las anécdotas del otro gran debate

Abro paréntesis. Mañana empieza mi particular cita artística anual en Madrid. Y este año, no sólo el Prado me regala una magnífica exposición de los cuadros del Hermitage (mi cuadro favorito del mundo incluido), sino que el Caixa Fórum ha tenido a bien organizar la mayor retrospectiva de Delacroix en los últimos cincuenta años. Qué majos, todos ellos. Bueno, me esperan dos días cuadro-intensivos, con lo que no tendré tiempo de actualizar el blog. El domingo ya estaré de vuelta. Lo prometo. Cierro paréntesis. 

Volvamos a lo nuestro. Y lo nuestro vuelve a ser hoy un tema de debates.

Y es que el de Rubalcaba y Rajoy no fue el único. Ayer asistimos en TV1 a otro debate donde (esta vez sí) representantes de los cinco grandes grupos políticos con escaño en el Congreso español expusieron sus ideas y refutaciones. La verdad: quizás no hubiese tanta adrenalina en el ambiente como el lunes (ni, desgraciadamente, tanta expectación), pero en líneas generales el nivel fue mucho mayor, las propuestas de los partidos quedaron más claras y el tono fue mucho más elegante, incluso en ciertos puntos conciliador. Aquí se habló de política, propuestas y, por fin (insisto: por fin) hubo datos, argumentos y contrarréplicas inteligentes. Cada cual en su línea, por supuesto, pero no se puede dudar de que el de ayer fue un buen debate.

Ahora bien, no fue el único que centró mi atención. Y es que, al otro lado del Atlántico, los candidatos republicanos a la nominación de su partido para aspirar a la Casa Blanca también se batían en duelo. Y como todo buen espectáculo que se precie (que en esto los estadounidenses son muy suyos), hubo sorpresas inesperadas en forma de gazapos sorprendentes.

Era el noveno debate que les enfrentaba. Sí, han leído bien: el noveno. Y los que quedan. El lugar escogido fue la Universidad Oakland en Detroit. En el plató, los ocho aspirantes. Todas las miradas, sin embargo, puestas en tres de ellos: Mitt Romney (el favorito según las encuestas), el gobernador Rick Perry de Texas y Herman Cain (un hombre casi desconocido para muchos hasta hace unos meses, pero que experimentó una subida espectacular en los sondeos y ahora parece que lo tiene todo perdido ya que se han vertido sobre él acusaciones de acoso sexual).

El debate, retransmitido por la CNBC, duró dos horas. El principal tema de discusión: la economía. El tono: cordialidad absoluta. La campaña republicana hasta ahora no ha sido precisamente un nido de rosas; de hecho, las acusaciones viperinas sin ningún tipo de fundamento son la norma. Pero los votantes ya han dejado claro que están cansados de tantas diatribas sin sentido y que quieren substancia, y cuanta más mejor. De ahí que ayer todos se esforzaran por dejar al margen la acritud y la sorna y se centraran en ofrecer explicaciones sobre porqué se oponían a las políticas de estímulo de la economía que está lanzando Obama.

No están a favor de las subvenciones que el gobierno otorgó a Chrysler y General Motors (dinero que, por cierto, salvaron a ambas, por no decir que aseguraron miles de puestos de trabajo) y, por supuesto, les pareció a todos una auténtica locura prestar dinero a la “pobre Europa” esgrimiendo que los esforzados trabajadores de América no eran los responsables de la irresponsabilidad de algunos extranjeros. El gobierno no debe inmiscuirse en la economía, corearon al unísono. De hecho, tan sólo es un estorbo para la creación de empleo. Y, en este punto precisamente, justo cuando tenían que detallar qué era exactamente lo que recortarían si llegaban al Despacho Oval, es cuando se produjo la anécdota.

“La agencia de comercio, educación y… Y….El tercero no puedo… Sorry. Oops!” El gobernador de Texas se quedó en blanco y su candidatura, inmediatamente, en entredicho.

Hay que reconocer que fue un momento tan trágico (para él) como cómico (para los demás). Porque intentaba desesperadamente acordarse del dichoso nombre, se inclinó hacia Ron Paul, otro contendiente, en un gesto que parecía implorarle ayuda. Y Ron Paul intentó tenderle un cable y le susurró una posibilidad, pero no, aquella tampoco era la respuesta. ¡Energía! El departamento de energía. Esa era la escurridiza agencia de cuyo nombre no podía acordarse y cuyo olvido le va a costar la carrera presidencial.

Larry Sabato, un erudito sobre campañas presidenciales, comentó ayer al New York Times que “fue el momento más desbastador que yo recuerde en la historia de las primarias”. Tan sólo quedan dos meses para la cita de Iowa. New Hampshire y Carolina del Sur vendrán acto seguido. Pero mucho me temo que, a pesar de todo el dinero que lleva invertido en publicidad en todos estos estados, para Perry «the game is over». Sorry!

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Los 10 errores de Rubalcaba en el debate

Rubalcaba no lo tenía nada fácil, es cierto. En cuanto se presenta la retahíla de datos económicos –a cada cual más nefasto, a cada cual más preocupante – no debe resultar nada sencillo mantener el semblante regio, la sonrisa perenne y los nervios templados. Rajoy lo sabía de sobras y por eso aludió tan pronto como pudo a la letanía de cifras de paro y otras desgracias patrias y luego la repitió hasta la saciedad en un intento por desacreditar a su oponente y dejar clara la frase que él había ido a decir ayer por la noche: “La situación ha llegado a un extremo insostenible. Hace falta un cambio”. Contundente e inapelable. Hasta Rubalcaba debía de estar de acuerdo.

El candidato socialista no lo tenía fácil, insisto. Pero de ahí a perder el debate como lo perdió ayer hay un abismo. Resumo aquí los principales errores:

1.No supo gestionar el juego de las expectativas. En Estados Unidos hay una máxima que todos los asesores políticos respetan como si de un mantra religioso se tratara: días antes de la celebración de un debate, hay que rebajar las expectativas que la gente tiene sobre tu propio candidato. Porque en un debate la percepción cuenta mucho y no hay que crear falsas esperanzas. Hasta el equipo de Obama sudó la tinta china para dejar claro que “no era tan bueno debatiendo como muchos se pensaban” y su jefe de comunicación, Robert Gibbs, insistía una y otra vez frente a los escépticos periodistas que “Obama no sabe resumir, con lo que necesita media hora para explicar cada punto de su programa y en televisión tan sólo le van a dejar treinta segundos para hacerlo”. Expectativas, hay que rebajar las expectativas.

El equipo de Rubalcaba, sin embargo, hizo todo lo contrario: las hinchó al máximo. Rubalcaba se tendría que haber encarnado ayer en el mismísimo Demóstenes para estar a la altura. Cosa que, obviamente, no sucedió. Todo el mundo esperaba que dejase K.O. a Rajoy en los primeros diez minutos y, cuando llevábamos media hora y todos comprobamos con cierta perplejidad que el otro aguantaba el envite y también lanzaba estocadas, las expectativas se empezaron a desmoronar. Rajoy ya había ganado. Y no por méritos propios precisamente.

2. Infravaloró a Rajoy. Mientras todo el mundo cantaba las excelencias como orador de Rubalcaba, Rajoy se debía estar relamiendo, Porque nadie daba un duro por él en el debate y eran muchos los analistas que coincidían en vaticinarle incluso una amarga humillación pública. Fantástico, debía pensar Rajoy. Esto, a pesar de lo que pueda parecer, es lo mejor que te puede pasar en un debate político. Porque sólo tienes que aguantar el tipo y salir ileso para batir todas las expectativas y asombrar al personal.

No se puede decir (ni por asomo) que el candidato del PP estuviera ayer brillante: la tendencia exagerada a leer todo el rato, el tono monocorde, la falta de propuestas, la verborrea exacerbada… todo esto es la antítesis de lo que se espera de un buen tertuliano, ya no digamos de un futuro Presidente. Pero Rajoy tuvo aciertos comunicativos, mal que nos pese: centró rápidamente el debate en los términos que a él le interesaban, no cedió ni un ápice frente a las peticiones de Rubalcaba de que aclarase ciertos puntos, se despachó a gusto con banalidades cuando el tema no le convenía y demostró que leyendo datos y pasando fichas era imbatible. Que él no había ido allí a explayarse, tan sólo a demostrar que podía salir indemne.

3. El parlamento inicial de Rubalcaba, tibio. Me esperaba mucha más garra, fuerza y determinación, la verdad, Y es que no pongo en duda que Rubalcaba debe haber sido un excelente corredor de fondo, esos que salen despacio, mantienen el ritmo y luego corren mucho. Pero en los debates, y más si son en televisión, los sprints se hacen al inicio, y no al final. Rubalcaba comenzó flojo e incluso con cierto nerviosismo. Miraba a cámara con timidez, movía excesivamente las manos (y el enfoque de cámara no le ayudaba demasiado), las palabras no fluían como suele ser característico en él. Los mensajes, por eso de que faltó pasión, no quedaron claros. Me faltó un relato que no encontré en todo el debate. Además el tono fue demasiado académico: perfecto para una reunión de ministros, pero no para un debate en televisión.

4. El lenguaje gestual, alicaído. Lo dije en el post anterior, cuando Rubalcaba bajó del coche no se le veía suelto y confiado. Todo lo más parecía serio y contenido. Fue un mal presagio. Estaba excesivamente desdibujado y en la mesa de debate, ya en el plató, no parecía encontrarse demasiado a gusto. Manos juntas pegadas al torso, lo que demuestra falta de confianza en uno mismo, y cuando comenzó a hablar las movía con fruición, lo que demuestra nerviosismo. La sonrisa, en un principio, era forzada. Luego, sobre todo hacia el final del debate, se fue relajando, los gestos fueron más conciliadores y ganó en expresividad y temple. Pero quizás ya era tarde.

5. Y luego vino la agresividad. Me sorprendió, tengo que reconocerlo. No me lo esperaba. Era cierto que el ritmo del debate, y la obsesión de Rubalcaba porque Rajoy entrara al trapo, iban caldeando en exceso el ambiente. Pero el gesto de exabrupto que nos propinó gratuitamente Rubalcaba no venía a cuento. De hecho, no le pega en lo más mínimo. Se puede pensar lo que se quiera de sus propuestas (esto depende de cada uno), pero no se puede dudar de que este hombre debe tener unos nervios de acero. Pero ayer le fallaron. Creo que fue una estrategia perfectamente estudiada y calibrada para forzar una respuesta a la desesperada del contendiente, pero el tiro le salió por la culata, porque a Rajoy le debían haber dado uno o varios váliums por la tarde y no había nada ni nadie que le sacara de sus casillas. Con lo que el único descolocado acabó siendo Rubalcaba.

6. Cuando parecía que ya lo tenía contra las cuerdas, lo deja escapar. Rubalcaba fue el único que dejó sobre la mesa propuestas para salir de la crisis (algunas con más atino que otras) y me gustó cuando le espetó a Rajoy que “los parados esperan hoy de nosotros algo más que recordarles que están parados”. Estaba bien recordarlo. Pero se despachó con evasivas al principio (excesivas referencias a la crisis financiera internacional y pocas a la crisis económica estatal) y con medidas poco asequibles a profanos en la materia (como lo del “Plan Marshall” europeo). Le faltó concisión y, sobre todo, ciertas dotes de proximidad. Lo peor, sin embargo, llegó con las citas textuales del programa del PP (que, por supuesto, poquísima gente se ha leído, con lo cual nadie sabía de lo que estaba hablando Rubalcaba). Lo del “¿me lo aclara? ¡¡¡¿¿me lo aclara??!!!” no ayudó en exceso a determinar qué era exactamente lo que había que aclarar.

Ahora bien, hay que reconocerle que las misivas lanzadas tan seguidamente tuvieron cierto efecto, por aquello de que a Rajoy se le veía perplejo. Pero las preguntas eran rebuscadas, insisto, y Rajoy pudo salirse por la tangente con demasiada facilidad.

7. Cedió demasiada cancha a Rajoy en temas donde él tenía clara ventaja. Pasado el primer bloque del debate, centrado en el paro y la economía, llegó el momento en que Rubalcaba tendría que haberse lucido: los derechos sociales. Y, cual fue la sorpresa mayúscula de todo el mundo, cuando Rajoy parecía más cómodo que su contrincante hablando de la sanidad y de la educación. Hasta hubo momentos en los que parecía más de izquierdas (como cuando recordó que la brecha entre ricos y pobres es ahora más grande que nunca). Ni tan siquiera la insistencia de Rubalcaba para que Rajoy explicase cómo pensaba resolver el tema de la financiación sanitaria le puso en entredicho. Había que hablar de parados, fuese el tema de fondo el que fuese. Y así lo hizo: “si la gente trabaja, recaudaremos más ingresos y así pagaremos la sanidad”. Y se quedó tan a gusto.

8. Los gráficos, en clase. También lo dije en un post anterior, esto de sacar gráficos en medio del debate sobra completamente. Y Rubalcaba sacó los grandes gráficos, no por lo que contenían, sino por el tamaño. Pocas veces había visto tal barbaridad en un debate. Ahora, eso sí, se veían perfectamente. Hasta la fuente, vamos. A propósito de esto, vuelvo a insistir en la necesidad de erradicar tanto papel y bibliografía de apoyo en las mesas de los debates, que al final los candidatos más que estar pendientes el uno del otro tan sólo parecían interesados en encontrar un trozo de folio en blanco.

9. Trató a Mariano Rajoy como al futuro Presidente. Sobre todo en el parlamento final, cuando le tendió la mano (es una figura retórica, se entiende) y le dijo aquello de usted podrá contar conmigo. Hasta daba penita y todo, la verdad.

Y, diez. Reconoció que iba a perder. Desde el principio.

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Debate: Ya han llegado

Expectación mediática hasta en China. Hay 23 cadenas de televisión y unos cien profesionales cuidando hasta el más mínimo detalle de un plato futurista y, desde mi punto de vista, desangelado. Hasta dónde tenían que aparcar los coches de los candidatos estaba tasado, no sea que el más mínimo milímetro altere el tiro de cámara. Dentro del palacio, un escenario de 200 m2, de fondo gris y suelo antideslizante. Insisto: desangelado. Habrá que esperar a los primeros planos para ver si realmente enmarca bien a los dos candidatos y el presentador o si, por el contrario, proyecta demasiada luz sobre ellos y, por tanto, no les hará ningún favor en el rostro. Un gris más oscuro hubiese quedado mejor (es el mismo problema que tuvo el primer debate que protagonizaron Kennedy y Nixon en 1960, casualmente).

Los preparativos no se han detenido en el puro «atrezzo». Esteban González Pons del Pp y Óscar López del PSOE llegaban minutos antes y enseguida se apresuran a fijar el tono comunicativo y determinar mensajes claves. Viva el pre-spin, aunque hay que reconocer que todavía estamos a años luz de lo que acontecería en un debate de estas características en los Estados Unidos. Allí ya habrían entrevistado a una decena de personalidades de cada partido y los asesores de comunicación, spin doctors y consultores electorales ya habrían pasado por plató.

Y llegaron los candidatos. Primera sorpresa: van prácticamente iguales en la indumentaria.

Rajoy llegaba un minuto antes de lo previsto, a las 9:03h, sonriente y relajado. Traje gris oscuro, con una chaqueta más entallada de lo que es habitual en él. Corbata azul y camisa blanca. No sé si será un problema de mi televisor, pero la corbata dibujaba líneas tornasoladas (no llegaba al efecto «moiré», pero también molestaba). Rubalcaba, por su lado, llegaba muy puntual a las 21:13 h, acompañado por Elena Valenciano (con una chaqueta blanca demasiado vistosa y una rosa roja en la solapa que captaba demasiado la atención y un poco más y le roba el plano a su jefe). Rubalcaba se veía relajado, aunque menos suelto que Rajoy. Traje también gris oscuro, camisa azul clara y corbata azul subido (excesivamente chillón) con topos blancos. Me fijo que la chaqueta le queda un tanto ancha.

Ya queda poco. Dentro de unos segundos, fotos de ambos juntos y comienza de verdad el espectáculo. Lástima que tan solo sea un cara a cara entre Rajoy y Rubalcaba. Con más candidatos hubiese dado mucho más juego.

Actualización: ya se ha producido la ansiada primera foto de ambos juntos. Por cierto, van bastante mal maquillados ambos. Espero que el sudor no les juegue una mala pasada.

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Telegenia y mucho más: estrategias para ganar un debate político (parte II)

Sigamos con más elementos para un buen debate. Vamos ahora con lo más importante: el contenido. Y lo esencial para vender substancia: los parlamentos iniciales.

Supongo que los equipos de campaña permitirán que cada candidato abra con un minuto de presentación. Es lo lógico. Ahora bien, este minuto marcará sin duda el debate, con lo que los asesores de ambos contenientes deben estar a estas horas milimetrando y sopesando cada palabra. No puede haber un adjetivo de más ni un adverbio de menos. Cada verbo y perífrasis deben estar perfectamente calibrados. Cada expresión, cada interjección, pregunta retórica o señal de admiración deben estar estudiados.

Ahora bien, desgraciadamente por lo que estoy viendo en campaña, parece que algunos asesores están buscando más la frase fácil y el eslogan vacío que párrafos enteros que expresen ideas y propongan soluciones. Hay una excesiva tendencia a hacer diagnosis rebuscadas, echar la culpa de todo al contrario y no entrar en materia. De ahí que, muy a mi pesar, creo que nos encontraremos con una diatriba detrás de otra, más que con refutaciones inteligentes y conceptos útiles. Ni tan siquiera espero un ejercicio de fina ironía. Y que quede claro que estaría encantada de equivocarme.

Con espíritu colaborador, aquí propongo algunos ejemplos de lo que considero buenas “entradillas”. La primera, sin duda, es la que empleó Kennedy en el primer debate contra Nixon en 1960. El tono, el contenido, la expresividad, fuerza y determinación están más que conseguidas. Como se nota que tenía a Ted Sorensen auspiciando cada una de sus palabras.

Otro gran ejemplo: los parlamentos de Clinton, Bush Sr. y Ross Perot en 1992.

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